Estos ritmos son muy tajantes. Como esas imágenes en frecuencias que nunca llegan a donde deberían.
Mi deber es el de ansiar, como cuando los timbres no suenan aunque quisieran hacerlo. Y después se tocan y vuelven a hacerlo, a sonar, tan suaves.
Y se convierten en pliegues nacidos de los años, pero esta vez menos tajantes, porque ya no son lo que eran, no, por más que suenen como lobos aullando.
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